Ashes Nouvingut
Nombre de missatges : 10 Fecha de inscripción : 07/08/2010 Edad : 34 Ubicació : Caldes de Montbui
| Assumpte: Un objeto, una chica y una muerte Ds Ago 07, 2010 12:25 pm | |
| Un objeto, una chica y una muerte
Caía la noche sobre Palau-solità i Plegamans. El viento traía el aroma del recuerdo. Una rosa, una chica y un gran charco de sangre. Como leyendo mis pensamientos el cielo dejó caer un espeso manto de lluvia que se cernió sobre mi como sombras en la noche. Sentía su presencia, la culpa te escolta cual perro fiel hasta que acaba con tigo. Abatido, me senté en un banco de la calle Mestre Pere Pou y me abandoné a mis recuerdos mientras la lluvia azotaba mi demacrad rostro. Hacía ya tres años, tres años de remordimiento y noches en vela, tres años con la certeza de que, más pronto que tarde, volveríamos a estar juntos y yo podría volver a colmarla de regalos y afecto. Claudia era una hermosa joven de pelo castaño. Tenía los ojos color miel más bellos que he visto jamás, una sonrisa de ensueño y un perfecto y terso cutis. Cada día, a las 06:30 de la madrugada, se despertaba y encendía la luz de su dependencia, acto seguido se recogía el pelo en un moño y se aplicaba una crema en su hermoso rostro con suaves masajes circulares. Yo la veía hacerlo, cada mañana me sentaba en el paseo que hay detrás de la calle Arquitecte Puig Boada y miraba hacia su ventana. Podía ver como se desnudaba despacio, sin prisa, como volvía a vestirse y como al poco rato abandonaba la casa camino a su empleo en la calle Pompeu Fabra. Ella no lo sabía, pero yo se que le gustaba. Habíamos hablado en una ocasión, yo estaba muy afligido por la muerte de mi anterior novia y ella se acercó y me acarició la mano. A partir de aquel día le dejaba regalos en la puerta de su domicilio cada vez que ella partía, luego la acompañaba, siempre unos pasos por detrás, hasta aquel colegio. Era una chica solitaria y temía que le pudiese pasar algo. Me gustaba hacerle fotos cuando no me veía, quedaba preciosa, a veces, se las hacia llegar. Se que le encantaban por que iba corriendo a enseñárselas a su madre, esta sin embargo, creyó que era una especie de efebo chiflado y presta, fue hacía la comisaría de policía. No se que inventaría aquella zopenca, pero a partir de aquel día me fue muy difícil observar a Claudia desde la lejanía puesto que había coches patrulla apostados en cada esquina, así que decidí acercarme un poco más. Esperé el momento en que Claudia saliese a solas para abordarla con palabras melosas y conseguir captar su atención. Ese momento llegó el lunes día 19 de febrero del 2007, cunando la policía decidió que ya no había peligro y abandonaron a la chica a mi merced. Claudia entró en un pequeño bar situado en la calle Camí Reial, pidió un café con leche y un croasan. Yo aparqué mi Peugeot negro delante de la Masia de Can Cortès y me encaminé al lado de mi enamorada. Me puse delante de ella y la saludé, ella me correspondió con una sonrisa cansada. Hacía tanto tiempo que no nos veíamos que no me recordaba. Ocupé el asiento que había frente a ella, no sin antes solicitar permiso. Hablamos de todo y de nada, del día que nos conocimos, de nuestros trabajos, nuestras vidas, hablamos hasta las 13:16, cuando ella comunicó que debía marcharse, no obstante, quedamos en vernos al día siguiente. Supe que me amaba. En nuestro siguiente encuentro me adelanté unos minutos, y para cuando llegó, ya tenía el café con leche esperando sobre la mesa. Sonrió. Hablamos mucho y yo expresé mis intenciones de pasar a una relación algo más seria, a lo que ella accedió sin darse cuenta. Quedamos todos los días hasta aquel nefasto viernes 23. Habíamos quedado en vernos aquella tarde a las 17:30 en mi casa de la calle Boters, donde yo le prepararía unas hermosas escenas del mito de Sant Jordi para ella, Claudia quería aprovechar y presentarme a un amigo que, aseguraba, me iba a caer muy bien, <<Como un piano de cola desde un séptimo piso>> pensé. La esperé durante dos largas horas pero no pareció. A eso de las ocho apreció con su galán del brazo. Algo empezó a arder dentro de mí. - Siento el retraso – me dijo- estábamos mirando libros. - No es nada. Tu deber ser Julián, encantado- compuse una sonrisa y esperé que no se notase el odio que emanaba de ella. - El gusto es mío Gabriel, ahora os dejo, he de hacer unos recados, luego pasaré a recogerte Claudia, llámame cuando estéis. – mi querubina asintió y ese pomposo y pedante nuevo pretendiente se perdió en la inmensidad de la noche. - ¿Había muchos libros? –dije convenidita inocencia. - Esto...si…bueno, es que Julián me ha pedido que salgamos juntos y hemos ido a celebrarlo. - ¿Juntos? pero Claudia ¿que hay de lo nuestro? ¿Qué hay de ese amor que nos une? - Gabi, nunca ha habido un nosotros, solo somos amigos y, sin ánimo de ofender, eres demasiado mayor para mi, además apenas nos conocemos. Cinco días no son suficientes para conocer a una persona. – Algo asomó en mi rostro cuando Claudia pronunció esas palabras porque al instante su cara pasó del enfado y la incertidumbre al terror. Recuerdo como me acerqué a ella y como ella se perdió entre los árboles del decorado. Aproveché para cerrar la puerta principal con llave y la guardé en un bolsillo. Claudia sollozaba, lo que me permitió encontrarla rápidamente. Estaba aovillada en el suelo ante la escena en la que Sant Jordi, con el dragón muerto a sus pies, le tiende una rosa roja a su hermosa princesa. Yo había creado esas rosas que brotaban de la sangre del dragón con hierro y cristal para ella, para mi princesa. Me acerqué a Claudia y me arrodillé a su lado, cogí una de aquellas rosas y se la ofrecí. Claudia reclinó el ofrecimiento con un empujón y un esputo dirigido directamente a mi faz, se levantó y corrió. La oí forcejear con el pomo de la puerta principal, pero cesó instantáneamente. Me aproxime a ella, rosa en mano, para pedirle perdón y una segunda oportunidad. Al verme, Claudia rompió en alaridos y lágrimas, mis palabras no la calmaban, mis caricias no serenaban sus músculos contraídos, intenté acallarla poniéndole mi mano en la boca, pero entonces me golpeó. Una furia ciega broto de lo más profundo de mi ser, y asiendo aquella rosa por la flor, la incrusté en su cuerpo una y otra vez hasta que dejó de gemir, de sollozar, de mirarme con aquellos ojos cargados de pánico, hasta que dejó de respirar. Dejé aquella rosa clavada de tal manera en uno de sus pechos turgentes, que se asemejaba a un broche, un precioso broche de cristal en forma de rosa roja. No entendía por que me miraba con ese terror a mí, la persona que más la amaba en el mundo, que la había colmado de regalos y palabras bonitas, que había preparado todo aquello para ella. Recogí su cuerpo inerte y lo llevé a la bañera que descansaba en el amplio cuarto de baño del piso superior, puse el tapón y salí de allí. Recogí todo el estropicio que su preciosa sangre color borgoña había dejado en el suelo de mi salón y cogí las llaves del coche. En Palau, hay muchos sitos donde esconder un cadáver, pero tarde o temprano alguien puede acabar encontrándolo: un niño cuya pelota haya caído a la riera, unos adolescentes que en busca de fantasmas y brujas entren en una de las muchas casas abandonadas o alguna anciana que, en busca de su querido gatito atigrado, rebusque por el bosque entre la maleza. No, ese no era mi plan. Había leído muchas cosas y había visto demasiadas series de televisión como para no saber deshacerme de un cadáver. Hacía unos años, había estado investigando, y sabía exactamente donde podía comprar una cantidad suficiente de ácido para descomponer un cadáver a horas intempestivas y antes de que la policía llamase a mi puerta, así que cogí mi coche fui hacia a allí. Siempre he pensado que uno nunca sabe cuando va a necesitar grandes cantidades de ácido y que, llegado el momento, más vale no tener que dar demasiadas explicaciones, así que cuando encontré aquel lugar enseguida trabé amistad con el dueño del lugar en cuya mente albergaba tantos y tan tenebrosos usos de aquel elemento tan apreciado por mi. El señor Belazquez ardía en deseos de usar aquel elemento con algún fin “útil” según decía, que en definitiva y traducido a palabras algo más extensas, se refería al uso del ácido con fines homicidas. No tuve que darle grandes explicaciones al respecto, el señor Belazquez enseguida se prestó a ayudarme, el mismo cogió su camión y descargó aquella cantidad industrial sobre el cadáver de Claudia. A mi personalmente me pareció perfecto, siempre va bien tener otro par de huellas en torno a un cadáver por si las moscas. Como pensé que aquel ladino amigo de Claudia volvería a buscarla pese a no tener noticias suyas, no me volví a mover de la casa, y como sabía que cuando el cadáver se deshiciese tendría que deshacerme yo del ácido, le propuse a mi ahora buen amigo el señor Belazquez, que gracias a mi veía cumplido uno de sus más macabros sueños, que se quedase a pasar la noche. Como si de dos enamorados se tratase, pasamos la velada tumbados en el sofá de mi salón viendo películas y acurrucados con una manta. El galán de Julián no se presentó, supuse que había creído que aquella belleza le había dado plantón. El señor Belazquez retiró el ácido enseguida una vez estuvo todo bien disuelto, lo que hiciese después con ello no es de mi incumbencia. Una vez solo en casa, los recuerdos de la noche anterior se cernieron sobre mi cual leones sobre su presa. No podía respirar, la pena oprimía mi pecho, y entonces lo oí. Oí su voz claramente diciéndome que me perdonaba, que no había nada que temer, que me amaba como nunca había amado a nadie y que me echaría de menos. Más tranquilo, procedí a recoger el decorado que había presenciado la muerte de mi amada. Trituré el cartón y lo eché al hogar, pero no pude deshacerme de aquellas rosas, pues en ellas veía la sangre de Claudia, aquella sangre brillante y preciosa que era todo lo que me quedaba de ella. Por supuesto empezaron una investigación entorno a la desaparición de Claudia. Afortunadamente, ningún inspector vino a visitarme, auque no me extrañó demasiado, la única persona que me conocía y sabía donde vivía era Julián, y dudo que creyese que aquel feo y torpe a migo de Claudia pudiese saber algo. De quien si tuve la visita constante era de mi subconsciente. Pese a que había oído la voz de Claudia rogándome que me tranquilizase, él se resistía a darse por vencido y cada noche me despertaba empapado en un sudor frío con la imagen de los ojos de claudia clavada en mi cerebro, aquellos ojos llenos de miedo. Al final, echándole un pulso a mi conciencia, decidí no dormir por las noches, al principio cuesta un poco, pero acabas acostumbrándote. Hoy hace tres años de su muerte y la echo de menos. Sentado en este banco espero que algo acabe con esta agonía y pueda superarlo, pero ¿cómo? - Disculpe ¿se encuentra bien? – una muchacha de perfecta tez pálida y ojos color miel me observaba detenidamente a escasos centímetros de mi. Había dejado de llover. - Si, tranquila, solo me duele la cabeza. - ¿Quiere que le ayude a levantarse? ¿Le acompaño a un médico? Tengo una botella de agua ¿quiere? - Solo el agua, por favor.- Al coger la botella nuestras manos se rozaron. - Puede quedársela, no se preocupe ¿seguro que no quiere que le acompañe al médico? - Tranquila, no te preocupes. Tienes un color de pelo precioso, castaño. - Hem…si, gracias. Tengo que irme, me están esperando. Usted debería irse a casa, está empapado y hace frio. - Por supuesto, no te preocupes por mi, ahora vuelvo a casa. Caía la noche sobre Palau-solità i Plegamans. El viento traía el aroma de algo nuevo. Una botella de agua, una chica y un banco en la calle. Como leyendo mis pensamientos el cielo dejó a la vista un manto de brillantes estrellas. Sentía su presencia, aquella fragancia a canela que desprendía la seguía cual perro fiel. Animado, me levanté de aquel mojado banco de la calle Mestre Pere Pou y dejé mis recuerdos junto a aquella botella vacía mientras ponía rumbo a la casa de aquella chica que, sin duda alguna y sin ella saberlo, me había hecho olvidar a Claudia. [center][i] | |
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